REVISTA ESPAÑOLA DE

Vol. 35, n.º 4, 2002

ARTÍCULO
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D. Santiago, mi abuelo

Santiago Ramón y Cajal Junquera

Catedrático de Anatomía Patológica de la Universidad de Zaragoza.

 

Al no vivir ya ninguno de los hijos de Cajal, somos ahora sus nietos quienes conservamos el legado de su memoria. Como nieto más joven, hijo de Luis, el último de los siete hijos que tuvieron el matrimonio Cajal, no llegué a conocer al abuelo, pero desde mi adolescencia recuerdo bien su influencia en el ambiente familiar. En nuestra vivienda destacaban bustos en bronce y escayola, cuadros, libros y muebles que habían pertenecido a D. Santiago y Silveria.

Vivíamos en la misma casa que Cajal se había hecho construir en Madrid en 1911. Mi tía Paula ocupaba en primer piso y en calles próximas vivían las tías Fe y Pilar. Siempre me llamó la atención el respeto con que se trataban los hermanos. Nunca escuché entre ellos reproches ni discusiones. Habían recibido de sus padres una educación austera y respetuosa, al mismo tiempo que liberal, y que corrió a cargo de Dña. Silveria casi en exclusiva. Para los hijos de Cajal su padre era una especie de dios al que veían poco a lo largo de la semana. Su actividad de profesor universitario impartiendo clases de Histología y Anatomía Patológica en la Facultad de Medicina de San Carlos por las mañanas y su actividad investigadora en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas por las tardes, le restaban pasar más tiempo con la familia. Pero los domingos era diferente. A la familia Cajal le gustaba hacer excursiones a las afueras de Madrid. En los primeros años del s. XX no hacía falta alejarse de la capital para encontrar lugares agradables donde pasar las tardes de los domingos. Visitar el canalillo de Isabel II constituía una atractiva excursión para los madrileños de entonces. Siguiendo costumbres de aquellos años, la familia Cajal frecuentaba las chocolaterías, en especial una existente junto a la Puerta de Alcalá.

Recuerdo gratamente las tertulias que se hacían en mi casa el día de Nochebuena. Acudían a cenar todas mis tías y siempre se contaban anécdotas y curiosidades. Una de las que más me llamaban la atención era la costumbre que tenía mi abuelo de cambiar de domicilio habitual cada poco tiempo, viviendo en diversas casas de las calles Atocha y del Príncipe, siempre próximas a la Facultad de Medicina de S. Carlos. Finalizó esta costumbre cuando D. Santiago se construyó una casa en la calle de Alfonso XlI, que actualmente es uno de los pocos palacetes que aún perduran en la capital de España. Una de las anécdotas narradas que también me impresionó, fue la del ojo de un feto sifilítico que desde una ventana del domicilio de los Cajal cayó a la calle causando la lógica alarma de los transeúntes, que a punto estuvieron de denunciarlo a la policía. Se trataba de un ojo que mi abuelo había colocado en el quicio de la ventana para que la luz solar actuase sobre el nitrato de plata y así poder estudiar la estructura retiniana. Especial atención ponía yo, cuando en las reuniones familiares, los hijos de Cajal hablaban del terror que sufrían de niños al tener hospedada en su casa a una conocida médium zaragozana enviada a Cajal por su hermano Pedro. Eran los años en los que D.Santiago estaba interesado por conocer qué había de verdad o falsedad en las actividades espiritistas. No tardó en descubrir los trucos que permitían la llegada de falsos espíritus por medio de la médium.

En las tertulias entre los hermanos, con frecuencia, salían las vacaciones de verano de la familia Cajal. Me llamaba la atención cómo una familia tan numerosa variaba cada año de lugar de veraneo. La explicación estaba, en que cuando mi abuelo llegaba a un lugar para pasar el periodo estival, los alcaldes del lugar escogido, le solían obsequiar con terrenos para que D. Santiago se construyese una casa, lo que le abrumaba de tal fonna, que ya no volvía al mismo sitio. Mi abuelo no tenía demasiada estima por aristócratas y periodistas. De los primeros porque los consideraba parásitos de la sociedad. De los segundos, porque con sus constantes solicitudes de entrevistas, le mermaban tiempo para sus trabajos. Además, en alguna ocasión se llegó a publicar que Cajal era un gran fumador y además de pipa, cuando jamás había fumado!.

En los años de la madurez del matrimonio Cajal, la familia vivía holgadamente debido al éxito de los libros de Histología y Anatomía Patológica que se utilizaban en la mayoría de las facultades de medicina españolas y era mi abuela Silveria, la que se ocupaba de proporcionar a los libreros los libros depositados en el domicilio familiar.

En los hijos de Cajal siempre estaba presente la sencillez y la humildad en el trato. Cuando mi padre era estudiante de medicina, no era conocido como hijo de D. Santiago. Sus apellidos Ramón Fañanás no le delataban y él, al igual que sus hermanos, preferían pasar desapercibidos sin hacer ostentación de tener un padre tan conocido e ilustre. Siempre escuché de mi familia paterna la extrema honestidad de mi abuelo. El siguiente ejemplo lo demuestra: Siendo D. Santiago presidente de la Junta para Ampliación de Estudios, no quiso pensionar a su hijo Jorge para ampliar estudios histológicos en el extranjero. La beca corrió a cargo del propio bolsillo del Presidente.

Otros acontecimientos que a veces escuchaba de mi familia, son expresivos de la bondad de D. Santiago. Cuando el conocido histólogo italiano de la Universidad de Turin, Giuseppe Leví fue encarcelado porque a uno de sus hijos se le acusaba de la distribución de proclamas antifascistas, Cajal envió una carta personal a nuestro embajador en Roma solicitando la puesta en libertad del profesor italiano. Similar intervención realizó D. Santiago ante el General Primo de Rivera al tener conocimiento que su discípulo Lorente de Nó había sido declarado prófugo por no haberse presentado a tiempo al servicio militar.

Así era Cajal, investigador genial, hombre honesto y generoso.